lunes, 21 de abril de 2025

Detrás del relato: la historia que Emma no cuenta (pero Borges sí) - Texto argumentativo de "Emma Zunz"

Detrás del relato: la historia que Emma no cuenta (pero Borges sí)

Texto argumentativo de “Emma Zunz”

Escrito por Agustina Carrazzoni

 

¿Es posible que una mentira contenga más verdad que los hechos mismos? En “Emma Zunz”, Borges escribe un cuento policial sin detective[1], un crimen sin verdadero misterio y una verdad que no se encuentra en los hechos, sino en la forma en la que son contados. Lo que parece una historia de venganza se revela, en una segunda lectura, como una puesta en escena cuidadosamente construida, donde cada palabra, cada número, incluso cada nombre, cumple un papel preciso. En otras palabras, el relato se construye con la precisión de un mecanismo silencioso.

A primera vista, el cuento narra la historia de una joven que asesina al presunto culpable de la muerte de su padre. Sin embargo, como es habitual en la literatura borgeana, lo esencial no se encuentra en lo visible. Es por eso que el lector debe detenerse para escuchar lo que no hace ruido: lo que no se dice, pero pulsa en cada párrafo.

La historia oculta del mismo no es solo la que Emma guarda para sí, sino también la que el propio Borges esconde en la forma en que elige contarla: un estilo contenido, casi clínico, donde la precisión se vuelve un recurso estético y simbólico. No obstante, el tono impersonal elegido no elimina la intensidad del relato; al contrario, la potencia. El narrador no la juzga; simplemente la sigue, como si se tratara de una figura ajedrecística que ejecuta un plan. Esta distancia emocional, lejos de alejar al lector, lo obliga a ocupar el espacio del juez. Y acá es donde radica el verdadero juego borgeano: invita al lector a discernir entre los hechos y su interpretación. Como afirma Ricardo Piglia[2], “el cuento policial, en Borges, se transforma en una máquina de leer”. En “Emma Zunz”, esa máquina está calibrada para desestabilizar nuestra noción de verdad.

Desde el principio, el cuento está marcado por una obsesión por los detalles, creando un efecto de verosimilitud que le da fuerza a una historia basada en una mentira. El lector no encuentra vagas referencias al pasado o al entorno, sino fechas exactas, horarios, cifras. Esta minuciosidad no busca claridad, sino efecto: al detallar lo verificable, el texto legitima lo inverificable. Es decir, cuanto más real parecen los hechos superficiales, más espacio se le otorga a la duda en lo profundo.

En esa línea, incluso los detalles más insignificantes adquieren carga simbólica. El nombre “Emma Zunz” es casi un enigma en sí mismo: empieza y termina con la letra “z”, una letra que evoca cierre, final, silencio[3]. ¿Es esa Z el signo de una identidad clausurada, o de un laberinto sin salida? Nada en Borges es casual. Cada recurso, cada elección, cada omisión está al servicio de una estructura donde lo literario no es solo lo que se dice, sino también lo que se sugiere.

Siguiendo con ese pensamiento, no es casual que el número catorce, símbolo de infinitud[4], sea el día que rompe la vida de Emma en dos al enterarse la muerte de su padre. Ese “catorce”, más que un simple dato, funciona como un punto de quiebre: marca el inicio de otro tiempo, uno donde la Emma anterior se disuelve para dar lugar a otra versión de sí misma. Por consiguiente, no es azaroso que Borges elija comenzar así, como tampoco lo es lo del apellido de la protagonista.  Emma no solo cambia: se reescribe. De esta manera, Jorge nos enfrenta a una paradoja inquietante: a veces, los elementos más exactos sostienen la ficción más profunda.

Aquel desdoblamiento también es clave. Hay una Emma antes del catorce y otra después. La que trabaja en la fábrica, la que soporta en silencio, y la que elabora un plan tan meticuloso como perturbador. No es simplemente que cambie; se disocia[5]. La muchacha que se acuesta con un marinero anónimo para poder simular una violación no lo hace por deseo de justicia, sino como acto de transformación. Su cuerpo se convierte en instrumento, su identidad se fragmenta. El yo que ejecuta el crimen no es el mismo que recuerda a su padre. Incluso podríamos pensar que ese vínculo con el padre es más complejo de lo que se enuncia: hay una oscuridad insinuada, una posibilidad latente de abuso o de humillación que Emma nunca dice, pero que el lector podría percibir entre líneas.

Ese silencio sobre el pasado, más que una omisión, parece una estrategia narrativa deliberada. El narrador no describe memorias felices ni gestos de ternura entre Emma y su padre; simplemente da a entender que ella lo amaba. Pero ese amor no se manifiesta con claridad ni en actos ni en recuerdos concretos. El vacío que rodea esa figura paterna funciona como un espacio lleno de sospechas: ¿quién era realmente ese hombre? ¿Por qué ese afecto tan intenso parece casi desprovisto de contenido? El lector queda frente a una ausencia que habla: una figura masculina que, aun estando muerta, continúa marcando las decisiones de Emma. Esa ambigüedad, que atraviesa todo el relato, no se limita al silencio de la protagonista, sino que es también el silencio del propio texto. Borges elige no explicitar ciertos elementos, pero deja pistas suficientes para que el lector intuya la existencia de un trauma anterior, de un pasado más oscuro que permanece fuera del marco narrativo explícito. Prueba de esto es la frase final del cuento: “Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”, donde él desliza, casi en voz baja, que hay un dolor real detrás de la mentira cuidadosamente construida.

Así, la historia oculta del cuento no es solo el plan que Emma construye para engañar a la policía, sino también el relato que se calla sobre su infancia, su sometimiento, su transformación forzada. La mentira que Emma fabrica (la violación, el crimen, la declaración final) no es solamente una coartada, sino una reescritura total de su historia. La joven que asesina a Loewenthal no solo busca justicia para su padre, sino también romper simbólicamente con un mandato que la había encerrado en una identidad impuesta. Y eso es lo verdaderamente perturbador del cuento: que la verdad emocional revelada a través de la mentira puede ser más poderosa, más real incluso, que cualquier hecho verificable.

Asimismo, la reescritura antes mencionada es tanto interior como narrativa. Borges decide no contarnos lo que Emma siente, sino lo que hace. De ese modo, la acción sustituye a la emoción, la estrategia reemplaza al desborde. Emma ya no es solo una hija; se convierte en autora de una versión de los hechos, en una narradora dentro del relato. En este sentido, la clave del mismo no reside únicamente en lo que ella hace, sino en cómo logra justificarlo. Es decir, que planifica no solo el crimen sino también la narración que lo envuelve, mezclando lo real con lo ficticio. Ensaya, calcula, selecciona cada elemento como si se tratara de una historia que debe ser contada para ser creída. Es como si Borges necesitara que cada pieza esté exactamente en su lugar para que la mentira final resulte más creíble, tanto para los personajes como para el lector.

Sin embargo, paradójicamente, esta mentira le permite a Emma hacer justicia. La historia que cuenta al final no es simplemente una coartada; es una obra de ficción con la verdad emocional de una confesión. En este punto, Borges parece decirnos que toda verdad necesita una forma, y que esa forma está siempre mediada por el lenguaje. La violación que finge, el asesinato que comete y la historia que narra no coinciden con la verdad empírica, pero sí con una verdad íntima, emocional, subjetiva.

Esta idea nos conduce a una dimensión ética compleja: ¿justifica el dolor personal la distorsión de los hechos? Emma se convierte en víctima, ejecutora y narradora de su propia historia. Ella encarna el conflicto entre justicia y venganza, entre verdad y verosimilitud. La frase final: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos porque sustancialmente era cierta”, encapsula esta tensión. Lo que importa no es tanto lo que ocurrió, sino lo que se cree que ocurrió. Y en ese cruce entre lo real y lo verosímil, Borges revela su mirada inquietante sobre el poder del relato.

La narración en cuestión no oculta que Emma miente, pero sí nos obliga a preguntarnos si esa mentira no encierra, en el fondo, una forma de justicia. La historia que no se cuenta (el dolor de una hija, el poder que calla, la violencia institucionalizada) se filtra en los huecos del texto. Borges no necesita subrayar nada; le basta con dar lugar al lector para que lo descubra. Como en otros relatos suyos, lo esencial no se impone, se sugiere. El silencio, entonces, se vuelve más elocuente que cualquier sentencia.

Así, “Emma Zunz” no es solo el relato de una venganza ni el retrato de una joven llevada al límite. Es una reflexión sobre cómo las palabras pueden fabricar realidad, cómo el acto de narrar transforma, persuade y hasta redime. Una meditación profunda sobre la verdad y sus múltiples formas. Una verdad que, como la protagonista, se disfraza, se adapta, se divide. Y que, a veces, necesita de una mentira para poder revelarse.

Borges, con la maestría que lo caracteriza, no nos ofrece certezas, sino preguntas. Es precisamente en ese territorio de ambigüedad donde su literatura se vuelve más inquietante, más potente y, quizás, más auténtica. Nos confronta con la dificultad de juzgar un acto cuando la justicia ha sido negada, y lo hace mediante un estilo austero, cargado de dualidades[6], en el que cada palabra pesa. Una vez más, nos invita  a desconfiar de las apariencias y a leer más allá de los hechos. Porque en su universo narrativo, como en la vida, las verdades más profundas no siempre coinciden con la cronología de los acontecimient


[1] A diferencia del policial clásico, donde un detective reconstruye la verdad a partir de pistas, Borges subvierte la estructura al centrarse en la manipulación de la verdad. En lugar de una resolución, ofrece ambigüedad.

[2] Ricardo Piglia (1941–2017) fue un escritor, crítico literario y profesor argentino, considerado una de las figuras más influyentes de la literatura hispanoamericana contemporánea.

[3] En la tradición borgeana, los nombres a menudo funcionan como claves cifradas, llenas de significado oculto.

[4] El número 14 puede interpretarse también como umbral de transformación. Su mención explícita da lugar a una lectura simbólica del tiempo en el cuento.

[5] Este desdoblamiento recuerda a las figuras del doble en la literatura borgeana, como en El otro o Borges y yo, donde el sujeto pierde unidad y se convierte en una entidad múltiple.

[6] Existencia de dos caracteres o fenómenos distintos en una misma persona o en un mismo estado de cosas. La dualidad es el motor de la poética borgiana, es lo que rige a los múltiples personajes que se definen a partir de una identidad doble o plural; es además el elemento narrativo que permite a Borges la construcción de sus intrigas.

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