Una mujer “entregada”,
una crítica encubierta
Texto argumentativo de Agustina Carrazzoni
En La
intrusa, Jorge Luis Borges nos sitúa en un universo marcado por el
machismo, la violencia y los lazos fraternales llevados al extremo. La cita
analizada pone el foco en los recursos narrativos que utiliza el autor para
contar una historia donde los valores occidentales sobre el amor, la
convivencia y la mujer son puestos en juego. La escena central, en la que
Cristian le “ofrece” su mujer a Eduardo, es mucho más que una simple acción: es
un hecho cargado de simbolismo que desnuda una sociedad dominada por una visión
patriarcal, donde la mujer es vista como objeto de disputa y no como sujeto
autónomo.
Como lo
señala la cita, el narrador borgeano utiliza diferentes registros discursivos:
un discurso indirecto que incorpora el habla popular de los testigos, un
discurso directo al dejar hablar a los personajes, y un discurso narrativo que
filtra los hechos desde su propia mirada. Esta técnica permite que distintas
voces convivan en el relato, lo cual no solo enriquece el estilo, sino que
también la historia, otorgándole un carácter polifónico[1].
Este mismo no es inocente: crea una atmósfera donde el lector debe posicionarse
críticamente ante los hechos narrados.
A su vez, la
historia de Cristián y Eduardo puede leerse como un eco moderno del mito
bíblico de Caín y Abel[2].
Ambos relatos giran en torno a la ruptura del lazo fraterno por un elemento
externo, pero con una particular inversión: no hay un asesinato directo entre
hermanos, sino la eliminación del objeto de deseo para preservar la unión. Es
un gesto que aparenta sacrificio, pero que en realidad esconde una forma más
sutil de violencia.
La figura de
Juliana concentra gran parte de esa violencia. No se le otorga voz ni decisión;
es hablada por otros, y su figura sirve como vehículo para explorar el vínculo
fraterno y el sacrificio que implica preservar esa unidad masculina. Sin
embargo, la misma estructura del relato, al dar lugar a diferentes miradas,
deja espacio para que el lector cuestione esa lógica. ¿Es realmente heroico lo
que hacen los hermanos? ¿O estamos ante un acto de confirmación de que la mujer
no es más que un objeto de intercambio en un sistema que prioriza la relación
fraternal por encima de los derechos individuales?
El relato,
entonces, no solo muestra una historia de celos y muerte, sino que también
problematiza valores culturales profundamente arraigados. El amor no aparece
como un sentimiento recíproco, sino como una posesión; la convivencia no se
construye sobre el diálogo, sino sobre la eliminación del conflicto (en este
caso, la mujer). De este modo, Borges plantea un juego complejo entre voces
narrativas que permite al lector leer entre líneas, sin imponer una
interpretación cerrada, y detectar la crítica implícita a una forma de
masculinidad violenta, cerrada y excluyente.
La intrusa es una
historia que, aunque sea breve, plantea con profundidad la fragilidad de los
lazos humanos cuando se ven atravesados por el deseo, el poder y la
pertenencia. Y lo hace sin necesidad de discursos morales, sino a través de una
narración que deja hablar a los hechos, confiando en que el lector sabrá ver,
en medio de esa aparente simpleza, el drama ético que se esconde detrás. Es por
eso que Borges no solo narra; interpela.
Es en esa interpelación que nos obliga a preguntarnos cuántas veces, aún hoy,
seguimos justificando la violencia en nombre del amor o la hermandad.
[1] Presencia de múltiples voces y perspectivas dentro de un mismo texto, creando una complejidad narrativa donde no hay una sola voz autoritaria.
[2] Los primeros hijos de Adán y Eva, según la historia bíblica del Génesis. Caín asesina a su hermano Abel por celos, al sentirse rechazado por Dios frente a la ofrenda de este. La historia ha sido interpretada como símbolo del primer fratricidio y la ruptura del lazo fraternal por rivalidad.
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