domingo, 1 de junio de 2025

Eva en el cruce de escenas y relatos: cuerpo, poder y mito - Texto de la trilogía por Agustina Carrazzoni


Eva en el cruce de escenas y relatos: cuerpo, poder y mito

Texto de Agustina Carrazzoni


El primer capítulo de Historia Clínica, titulado “Eva, actriz de reparto de su propio drama”, reconstruye la evolución médica de Eva Perón desde el primer diagnóstico erróneo hasta su muerte, en un relato que, sin abandonar el rigor clínico, se permite una reflexión más humana, íntima y crítica. En este, la cámara sigue a una Evita que ya no es la figura pública presente de los actos y discursos, sino una paciente frágil, atrapada en su propio cuerpo y en un sistema que le niega la verdad. La narrativa avanza como una tragedia: comienza con un error quirúrgico (una supuesta apendicitis) y desemboca en la confirmación de un cáncer irreversible, en medio de médicos miedosos de hablar con claridad y decisiones condicionadas por el peso del poder.

A través de una puesta en escena sobria y profundamente emocional, se observa cómo Eva, aun siendo una figura central del poder argentino, queda desplazada de su propia historia: no se le informa claramente sobre su estado de salud, su dolor es gestionado por otros, y su rol se ve reducido al de enferma silenciosa dentro de un sistema médico politizado. Su cuerpo se vuelve así el centro del conflicto. Un cuerpo que duele, que se deteriora, que se vuelve símbolo. Pero también uno sobre el que se ejerce poder: médicos que callan, un entorno que decide por ella, una paciente que parece quedar excluida de su cuadro clínico perteneciente. La que alguna vez fue protagonista, paradójicamente, ya no actúa; otros hablan por ella. De tal manera que, la actriz principal de una vida política intensa, se transforma en una figura secundaria, casi una testigo de su final.

Este desplazamiento de la figura activa al lugar del objeto, dialoga con los modos en que la literatura ha trabajado la figura de Eva en distintos cuentos rioplatenses: “Ella” de Juan Carlos Onetti, “Esa mujer” de Rodolfo Walsh y “El simulacro” de Jorge Luis Borges. En los tres, su persona aparece de modo indirecto, velado o deformado. Y, sin embargo, en todos está presente una misma tensión: la lucha entre el cuerpo y el mito, entre la verdad y la manipulación, entre el protagonismo y el silencio.

En el primer cuento mencionado, se construye la imagen de una mujer enferma que permanece en una cama, rodeada por médicos que la visitan, pero que perdió toda capacidad de acción o palabra. Aunque nunca se menciona su nombre, la mujer recuerda a Eva en sus últimos días: poderosa pero inmovilizada, adorada pero olvidada, reducida a su deterioro físico. La narrativa se detiene en los detalles de su cuerpo, en el ambiente cerrado que la rodea. De igual forma, la puesta en escena en el capítulo televisivo se apoya en actuaciones sombrías, iluminación débil, pasillos vacíos y rostros cansados, que refuerzan la idea de clausura y encierro. El cuerpo, en ambos casos, se convierte en el centro de la escena, pero no como fuente de poder, sino como signo de fragilidad.

Siguiendo con el segundo, en este, Evita no aparece físicamente, pero su ausencia se vuelve el motor del relato. El cuerpo embalsamado de “esa mujer” es ocultado por un coronel que dialoga con un periodista en un ambiente cargado de tensión. Su figura es manejada como un secreto de Estado, como un objeto de posesión o de venganza. A diferencia del capítulo, donde Eva todavía está viva y puede sentir su propia exclusión, en el cuento ya ha muerto, y sin embargo sigue siendo disputada. El poder sigue ejerciéndose sobre ella, incluso en la muerte, como si nunca pudiera ser liberada de su papel político.

Finalmente, “El simulacro” lleva esta idea al extremo del ridículo. En un lugar del norte argentino, una mujer organiza una parodia del velorio de Eva Perón. El cuerpo, completamente ausente, es reemplazado por una puesta en escena que simula el dolor del pueblo. La escena se vuelve espectáculo, negocio, farsa. Borges ironiza sobre el modo en que el mito puede vaciarse de sentido y convertirse en rutina. Esa crítica al uso del símbolo se relaciona con el capítulo televisivo, que intenta justamente lo contrario: quitarle a Eva los decorados de la leyenda y devolverle algo de su humanidad, de su dolor real.

Narrativamente, el episodio sigue una línea trágica. Comienza con un diagnóstico errado, lo que anticipa una cadena de decisiones fallidas, silencios médicos y omisiones políticas. Eva es intervenida por un supuesto ataque de apendicitis, pero la verdad es otra: tiene cáncer de cuello de útero. Sin embargo, no se le comunica claramente. Su entorno médico, presionado por su figura pública y el peso del poder, elige callar. Ese silencio se convierte en uno de los temas centrales: ¿quién puede decir la verdad?, ¿quién decide lo que el otro debe saber?, ¿cuánto de lo que le ocurrió a Eva se debió a decisiones médicas y cuánto a decisiones políticas?

Estos interrogantes encuentran eco en los relatos literarios. En Onetti, la mujer enferma ya no participa del relato: es narrada por otros. En Walsh, la verdad está escondida, y el lector solo puede acceder a fragmentos. En Borges, directamente no hay verdad: hay una máscara, una imitación. En todos los casos, la figura de Eva se escapa de su propia historia. Pasa de ser sujeto a objeto, de actriz a figura manipulada por el poder, el deseo o la memoria.

El capítulo televisivo no solo reconstruye los hechos médicos, sino que propone una crítica profunda. Señala que, si los médicos hubieran hablado con claridad, si el contexto político no hubiera influido en las decisiones clínicas, tal vez la historia habría sido distinta. La falta de ética médica y el miedo a contradecir a los poderosos son elementos que se articulan con fuerza tanto en la pantalla como en la literatura. En última instancia, el cuerpo de Eva no le pertenece: lo habitan el Estado, los médicos y los relatos de otros. En la vida real, en los cuentos, y en la televisión, ella queda atrapada en una red de discursos que hablan por ella, que la utilizan o la silencian.

Así, la figura de Eva Perón aparece fragmentada en estas obras. No como una sola persona, sino como muchas versiones posibles de una mujer que vivió, enfermó, luchó, murió y fue convertida en leyenda. Ya sea desde una cama, una conversación cargada de secretos, o una parodia grotesca, su historia sigue generando preguntas sobre el poder, el cuerpo y la verdad.



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