La
tentación de imaginar o de dominar al otro
Texto
de opinión de Agustina Carrazzoni
El
amor debería ser un sentimiento que nos haga crecer y nos permita conocer al
otro tal cual es, pero muchas veces se convierte en una forma de posesión
disfrazada de cariño. Tanto en “Cambio de luces”[1],
de Julio Cortázar[2],
como en La intrusa[3],
de Jorge Luis Borges[4],
se muestran relaciones que parecen basarse en el afecto, pero que en realidad
esconden una necesidad de dominar al otro o de usarlo como un refugio frente a
la propia soledad.
En
el caso de Tito Balcárcel, su vínculo con Luciana nace de la ilusión. Desde el
primer momento, él decide imaginarla como una mujer triste, con el pelo castaño
y la mirada transparente. Cuando finalmente la conoce y se da cuenta de que no
encaja del todo en esa fantasía, empieza a modificarla poco a poco, al punto de
pedirle que se aclare el cabello. Es como si Tito no pudiera aceptar la
realidad y necesitara que Luciana se pareciera a un personaje inventado. Esta
actitud demuestra que no le importaba tanto quién era ella, sino la
tranquilidad que le daba pensar que alguien lo admiraba sin condiciones. Incluso
cuando vivían juntos, Tito seguía tratando de recrear su propio escenario
perfecto: la luz cenicienta, el sillón de mimbre, la mujer silenciosa que lo
miraba con devoción.
Algo
parecido sucede en La intrusa, aunque con un final mucho más violento.
Cristián y Eduardo Nilsen comparten a Juliana como si fuera un objeto que les
pertenece. Al principio, podrían justificar sus acciones diciendo que ella era
la única manera de no pelearse entre ellos. Pero con el tiempo, esa excusa se
convierte en un hábito cruel que destruye por completo la dignidad de Juliana. ¿Cómo
se puede hablar de amor cuando la otra persona no tiene derecho a decidir sobre
su vida? La situación es tan extrema que, cuando la “solución” de venderla
fracasa, no encuentran otra salida que matarla. Esta decisión revela hasta
dónde puede llegar la necesidad de control.
Más
allá de esto, en ambos relatos las mujeres no tienen una voz propia ni se nos
permite conocer lo que piensan de verdad[5].
Tanto Luciana como Juliana aparecen solo a través de la mirada de los hombres,
que las describen, las imaginan o toman decisiones por ellas. Esta falta de
perspectiva propia contribuye a que parezcan figuras silenciosas, reducidas a
ser objeto de deseo, de fantasía o de dominio, y hace todavía más evidente la
desigualdad de poder que sostiene estas relaciones. En ese silencio, queda
claro cómo los vínculos afectivos pueden transformarse en espacios donde una
sola voz define y condiciona a la otra.
Muchas
veces, esas relaciones en cuestión se convierten en un
espacio donde uno de los dos proyecta sus miedos y sus deseos, olvidando que la
otra persona tiene sus propios pensamientos y emociones. En estos relatos, los
hombres no logran comprender que amar no es imponer un molde ni comprar una
compañía para calmar la soledad. La obsesión por mantener todo bajo control
termina generando más dolor que alivio.
Por
ejemplo, Tito cambia la luz de la lámpara y compra un sillón
de mimbre sólo para recrear el escenario que había imaginado en su cabeza. Al
hacerlo, no sólo modifica el espacio físico, sino que también transforma a
Luciana en un recuerdo que nunca existió. Del mismo modo, los hermanos Nilsen
deciden matar a Juliana porque no pueden soportar que sus celos y su
inseguridad los enfrenten.
¿Por
qué nos resulta tan difícil aceptar que el otro no siempre va a ser como
queremos? Quizá sea porque enfrentarse a esa verdad duele más
que inventar un amor perfecto que sólo existe en nuestra mente.
En
definitiva, estas historias nos enseñan que el verdadero amor no se basa en
apropiarse de la vida del otro ni en proyectar sobre esa persona nuestras
inseguridades. Ningún vínculo sano[6]
puede construirse si uno de los dos deja de ser persona para convertirse en un
objeto que completa nuestras carencias. Amar es respetar, aunque eso implique
aceptar lo imprevisible del otro y renunciar a nuestras fantasías.
[1] Cuento
publicado en 1977. Narra
la historia de Tito, un actor de radio que se relaciona con una admiradora,
Luciana, a través de cartas.
[2]
Escritor, poeta y profesor
argentino. También trabajó como traductor, oficio que desempeñó para la Unesco
y varias editoriales.
[3]
Cuento publicado en 1966, el
cual narra la relación entre dos hermanos, Cristián y Eduardo Nilsen, y cómo
esta se ve alterada por la llegada de una mujer llamada Juliana.
[4]
Escritor, poeta, ensayista y
traductor argentino, extensamente considerado una figura clave tanto para la
literatura en español como para la literatura universal.
[5]
Esta ausencia de voz femenina
es un recurso narrativo que refuerza la crítica del texto: los personajes
masculinos imponen sus visiones, y el lector queda imposibilitado de conocer
las emociones reales de las mujeres.
[6]
La expresión “vínculo sano”
se inscribe en una visión actual del amor basada en el respeto, la autonomía y
la comunicación emocional, en contraposición al amor romántico tradicional
centrado en la fusión o la dependencia.